02.05.2014 | 00:38 LA OPINION DE ZAMORA
CONCHA SAN FRANCISCO Si hay un espacio fuertemente simbólico para los zamoranos de cualquier generación es el Lago de Sanabria. De manera solo a medias consciente lo guardamos en nuestra más profunda reserva de lugares dichosos, parte inefable y prístina de nuestra infancia, de la plenitud de nuestros veranos más jóvenes, de la madurez otoñal, del invierno frío, pero reflexivo y transparente como el hielo de esos antiguos glaciares.
El Lago, metáfora de nuestros ciclos vitales y de la tan desgastada imagen de la Naturaleza, donde muchos aprendimos a amarla y respetarla solo por haberla conocido tan de cerca. Todo un privilegio que, ahora sabemos con certeza, no era eterno y no durará.
Se podría decir, una vez más, que todos llevamos nuestro lago dentro, cada cual el suyo, pero íntimo, muy íntimo, aunque a estas alturas su imagen no solo se guarda en nuestra memoria, también en los múltiples archivos de quienes hasta él han llegado, pertrechados de innumerables objetos que atrapan instantáneas felices y no tanto.
Sin ir más lejos, Madrid constituye quizá la mayor galería fotográfica de nuestro espacio lacustre, la ciudad donde se pueden encontrar enormes murales del lugar en bares y restaurantes, signo inequívoco de la presencia de sanabreses emigrados que hasta allí han llegado, cada cual con su lago a cuestas y su foto presidiendo el establecimiento, como si se tratara de su más venerable fundador.
Un lugar, ya digo, profundamente simbólico y amado por muchos, y ahora descubrimos que también extremadamente frágil y descuidado. En los últimos tiempos son muchas las noticias que alertan del mal estado de sus aguas, así, en plural, como plurales -y contradictorias- parecen ser las versiones científicas sobre su calidad: contaminada y al borde de una especie de colapso eutrófico e irreversible para unos, en estado normal y como siempre, para los otros. El Lago aparece así como objeto de manipulación informativa, donde nada es lo que parece y la realidad se oculta bajo las medias verdades. Y a través del cual se somete a los ciudadanos, preocupados por la vida de este espacio considerado como propio, a un juego de declaraciones políticas tranquilizadoras, entre denuncias cuyo alcance real no llegamos a vislumbrar, e informes científicos cuyo lenguaje especializado nos confunde.
¡Y ya está bien! Un mínimo sentido común nos avisa de que no es posible defender que el Lago está bien y al mismo tiempo reconocer que la depuración de las aguas sucias que lo alcanzan está mal. Parece una contradicción demasiado notoria.
Es evidente que el Lago, como cualquier ecosistema de nuestro maltratado planeta, tiene que verse afectado forzosamente por el uso intensivo al que lo sometemos al menos durante los meses de verano. Todos lo hacemos, pero a la hora de repartir responsabilidades cada cual debe asumir su parte. Es cierto que los ciudadanos usamos a veces este pequeño espacio natural como si se tratara de nuestra cocina-comedor-cuarto de baño con vistas, donde por ese orden, preparamos alimentos, los consumimos y más tarde los desechamos: de ello dan fe orillas y umbríos rincones, convertidos en basureros o retretes improvisados. También es cierto que los turistas llegados hasta aquí hacen que la población ribereña aumente en esos días de verano, gracias a lo cual las empresas de ocio, los comercios y la hostelería local hacen su particular agosto, ofreciendo servicios en sus dependencias más o menos acondicionadas al lugar, más o menos adecuadas.
Y que por tanto, urgidos todos por idénticas necesidades, se disparan en número los desechos de manera inevitable, pero constante hacia la profundidad oscura de las letrinas; desechos fecales, para llamarlos por su verdadero nombre, que viajan a través de las infraestructuras construidas al efecto: una red de saneamiento y posterior depuración que desde hace algunos años la Unión Europa, y pagando por ello, nos apremió a instalar en nuestro bello espacio protegido y ungido con la declaración de Parque Natural del Lago de Sanabria.
Pero he aquí que la suma de incompetencias -tan habitual, tan desgraciada- de empresas y responsables de la construcción de la obra, sumada a la dejadez de los responsables últimos, el Ayuntamiento de Galende primero y la Administración regional después, hizo que lo que hubiera podido ser una realidad «limpia y radiante», luego y definitivamente no lo fuera.
Y así ocurrió que el «espejo de soledades» unamunianas se nos volviera un espejo deformado de la propia desidia, de nuestra incapacidad para manejar un espacio particularmente delicado y frágil. Y nos devolviera la imagen, ya suficientemente divulgada, de vertidos de aguas malolientes tras recorrer tuberías rotas, colectores mal diseñados y peor construidos, en un sistema depurador de aguas sucias a todas luces ineficiente.
Durante mucho tiempo ha habido voces que han denunciado esta situación y siempre desde la Junta de Castilla y León, competente en lo que afecta al espacio natural, y la Confederación Hidrográfica del Duero, cuidadora de sus aguas, lo han negado utilizando de manera torticera, a la vista de lo que estaba ocurriendo, los famosos datos científicos que demostraban que el Lago, en su conjunto, soportaba bien ¡el pobre!, tanta ineficacia, dando así una larga cambiada por respuesta.
Pero esta vez las voces, en barco o sin él, han conseguido arribar hasta la bocana de la Justicia, y sobre todo a los medios de comunicación nacionales, donde más duele, y lo que pretendía silenciarse es hoy un secreto a voces, un secreto que desgraciadamente huele mal, como todo lo que se mueve por las alcantarillas.
Llegados a este punto, solo nos queda demandar a quien corresponde la responsabilidad de resolver el problema, es decir las administraciones competentes y sus responsables políticos, que dejen de perder el tiempo y solucionen lo antes posible esta absurda situación: antes de que se vuelva aún peor, antes de que el Lago acuse todavía más la constante contaminación fecal, antes de que Europa nos multe o antes de que los turistas se sientan estafados y no vuelvan.
No olviden que según las cifras facilitadas por la propia Junta de Castilla y León, el Parque Natural del Lago de Sanabria recibió el año pasado 620.855 visitas, el espacio natural de la comunidad que más visitantes logró. Sería deplorable que ese «capital» ganado día a día se perdiera por una malísima gestión de un problema que se conoce desde hace años.
¡Anden ustedes y no mareen más la perdiz!