«Cuando escribes intentas hacer algo que trascienda a lo anécdotico, eso que es mínimo pero que se puede hacer grande»
08.04.2014 | 06:10
ARACELI SAAVEDRA
Con las palabras de Bécquer, Rubén Darío González Ares (San Juan de la Cuesta 1951), deja al lector ante la duda de saber qué cosas son soñadas y cuáles han ocurrido en el mundo literario de su libro «De Profundis. Un mar de lágrimas», que acaba de editar con su seudónimo «Benarés». Su labor profesional en el bibliobús del Servicio de Cultura le acerca periódicamente a todos los pueblos de la provincia y, especialmente, a los habitantes de la comarca de Sanabria, de la que desciende, y donde ha cosechado un tesoro con la narrativa tradicional. Es en el marco geográfico del Lago de Sanabria donde ambienta su narrativa, cargada de profundo simbolismo, con el hilo conductor de las historias que todavía cuentan sus pobladores.
Rubén Darío González trabajó en el periódico «Mundo Diario», de Barcelona, en la década de los 70. En 1978 publica su primer libro de poesía «Alpiste», y posteriormente su segunda obra «Cuando nace la escoba», de relato corto. «De profundis» es su tercera aventura editorial que novela unas vivencias en un solo relato. En este paso editorial ha contado con el impulso de su hija, Rosa González Ontiyuelo. El prólogo es del periodista zamorano, Agustín Remesal.
-¿En qué se inspiró para elaborar este nuevo libro?
-Son relatos de personajes, de la gente de los pueblos y lo que cuentan esas personas de los pueblos. También recoge lo vivido por mí de niño en el año 59 cuando ocurrió la catástrofe de la presa. En este cuento integro la leyenda antigua con la nueva catástrofe, porque hay quien opina que la rotura de la presa es una leyenda en ese vaivén de historias. Alguien se puede dar por aludido pero no es así, sino que los personajes cumplen una función simbólica en la historia.
-¿Hay personajes muy significativos?
-Sí. Hay varios personajes importantes. Está Fidel, que no tiene nada que ver con ningún Fidel concreto, sino que representa al personaje que siempre se queda en el pueblo, el fiel. Es la continuidad y el agarrarse a la tierra. Como ocurre con el Castro de Ribadelago, en algunos documentos del Catastro del Marqués de la Ensenada aparece como «pie» de castro o «fiel» de castro. Es alguien que se aferra a la tierra. En el otro lado está «Caparrota», que es un apodo de la zona, pero que representa al personaje que se va. No representa a ninguna persona en concreto y simboliza al personaje maldito que se marcha, es el emigrante que se va a América y vuelve sin hacer fortuna y fracasa también en el pueblo. Son personajes muy marcados. Las personas que nos hemos ido, que tuvimos que emigrar, somos de alguna manera desertores de nuestra pequeña tierra, de nuestro terruño, aunque algunos hayamos la tenido la posibilidad de volver.
-Pero en su caso sí ha podido regresar
-En mi caso sí. He tenido la suerte de poder regresar en cierta manera, pero la mayoría de la gente que no ha podido regresar y se sienten de esa manera, un poco como desertores. A veces se ha dicho que se quedó la gente que no se atrevió a marcharse, pero también se puede decir que se marcharon simbólicamente los desertores de nuestra tierra. Hay otros personajes como el Pitarro que nace rojo, que nace negro. Son personajes malditos pero que viven su vida.
-¿Cuánto hay de leyenda y cuánto de realidad?
-De leyenda casi todo y de realidad también casi todo. Son anécdotas hilvanadas a unos personajes simbólicos.
-¿Por qué el mar de lágrimas?
-Por la catástrofe del 59, por la parte histórica. Pero hay otra parte que se apoya en el relato de la gente mayor que contaba que el Lago no tiene fondo, «non tien fondo». Al volver sobre esta cuestión me he encontrado gente, relativamente joven, que siguen diciendo que el Lago no tiene fondo. Si no tiene fondo, no se lo vas a negar porque es hasta una forma literaria de hablar del Lago. «De profundis» es música, es una manera de interpretar una partitura, una historia tocada o contada de diferentes formas. El mar de Lágrimas es la catástrofe sin citarla directamente, hablar de ella indirectamente.
-¿Es difícil todavía hacer narrativa de este suceso?
-Para mí no, porque me apoyo en otras historias. Ahora es más fácil recrear la historia. Lo que era difícil era concretar. Con motivo de los 25 años de la catástrofe le daba vueltas a esta historia, pero fue bueno que no saliera nada porque me ha dado tiempo a profundizar en los personajes, a pensar mucho y variar nombres para darle más contenidos simbólicos. He ido a lo simbólico quitando lo anecdótico o lo personal. No me identifico con ningún personaje, pero estoy en todos. Incluso el pastor «el Fato» y la vivencia de matar al lobo y la obsesión del lobo para un niño que es de allí y que vive hasta los 14 años con esas vivencias, influye mucho. Los cuentos del lobo que te han contado en la infancia los tienes ahí.
-¿Esos relatos de la cultura popular marcan en la literatura?
-Sí. La cultura popular y las personas que las cuentan marcan. Cuando escribes intentas hacer de algo que es mínimo algo universal, que trascienda lo que es anecdótico, eso que es mínimo pero que se puede hacer grande. Nuestra tierra es pequeño. Lo sitúo en Ribadelago que es un pueblo pequeñito, y trato de hacerlo universal y hacer que trascienda. Eso es lo que he intentado. Conseguir, no sé si lo habré conseguido.
-Unos personajes y el Lago como escenario?
-Soy de San Juan de la Cuesta y el Lago lo miro de lejos pero desde la infancia. Con 9 años me llevaron por primera vez a Ribadelago. Nos llevó una tía que era de Sevilla y tenía coche. Ellos eran seis y nosotros éramos siete. Cada vez que la familia iba al Lago nos llevaba a alguno de los hermanos. A mí me dijeron un día ¡Vamos que vas hoy! Y mi padre, que era sastre, se puso a hacerme unos pantalonicos, un bañadorico, que era casi un lujo. Yo tenía miedo. Piensa que yo tenía 8 o 9 años cuando se rompió la presa y fui pocos años después a verlo. Solo vi al Lago siempre de lejos. Cuando la catástrofe nosotros subíamos desde la escuela con el maestro a La Chaneira. Mirábamos desde allí y decíamos que veíamos a los de salvamento. ¡Qué íbamos a ver nosotros! No sé si el maestro tenía catalejo. Pero nosotros ¡qué íbamos a ver! Ese mundo, el mirar desde fuera y sobre todo escucharlo. Es una visión lejana, panorámica desde fuera.
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