Relato de los días posteriores a la tragedia de una de las niñas supervivientes de Ribadelago al cumplirse el 55 aniversario del desastre de la presa de Vega de Tera
12.01.2014 | 09:27
Aquel viaje, hace 55 años
Fuente: La Opinión de Zamora
MARÍA JESÚS OTERO Los días que siguieron a la tragedia fueron negros, nebulosos, fríos. El tiempo seguía con temperaturas bajísimas y aquella niebla pesada y pertinaz creaba un ambiente fantasmal y gélido que paralizaba aún más el espíritu y hacía más trágico el deambular de los supervivientes. Se movían entre la vida y la muerte, entre la pesadilla y la realidad, silenciosos, horrorizados, sin rumbo.
MARÍA JESÚS OTERO Los días que siguieron a la tragedia fueron negros, nebulosos, fríos. El tiempo seguía con temperaturas bajísimas y aquella niebla pesada y pertinaz creaba un ambiente fantasmal y gélido que paralizaba aún más el espíritu y hacía más trágico el deambular de los supervivientes. Se movían entre la vida y la muerte, entre la pesadilla y la realidad, silenciosos, horrorizados, sin rumbo.
Durante aquellos primeros días muchos de ellos fueron evacuados a Zamora, a Benavente y a otros lugares mientras soldados y bomberos removían los escombros y las montañas de piedras, troncos, maderas, animales muertos€buscando desaparecidos, con poco éxito.
En Zamora se dispuso para el día 16 la evacuación de los niños . Sobre las 12 horas acompañados de nuestros padres nos fuimos congregando en los Maseiros, en la entrada del pueblo, donde el autocar nos recogería para llevarnos a la capital, desconocida y lejana para nosotros, que por primera vez íbamos a salir de nuestro entorno natural, de nuestro adorado paraíso, ahora destruido. Los sentimientos que nos embargaban nunca he sido capaz de describirlos, no existen palabras para ellos ni se parecen a ningún otro que hayamos podido experimentar posteriormente.
Como niños sentíamos una intensa emoción ante lo desconocido, ante esta situación insólita, ante algo que se antojaba festivo aún en la tragedia, pero a la vez una pena profunda por lo ocurrido, por la separación de nuestra familia en medio de tanta desolación y llanto, por los amigos muertos que nunca volveríamos a ver, por el futuro incierto, por tanta tristeza y ruina.
Llegó el momento de partir . Nos despedimos de nuestros padres y subimos al autocar. Los mayorcitos controlábamos a los hermanos pequeños que ajenos a tanta desolación, ponían la nota ingenua. Nos acompañaban varias personas mayores de Zamora.
Por la ventanilla miré más allá de nuestros seres queridos y contemplé un momento el lugar exacto donde había aparecido el cuerpo de mi amiga Angelita, muy cerca, al otro lado del río. Tuve para ella mi último recuerdo. Su entierro había sido el día anterior, el mismo que hubiera cumplido los once años. Perdóname, Angelita, por haber discutido contigo pocos días antes -me dije ante su ataúd blanco alineado con otros veinticuatro. Y miré también aquellas ruinas en que se había convertido el mágico y hermoso escenario de una infancia intensa y feliz. Me entraron unas enormes ganas de llorar al darme cuenta de que ya sólo existiría en nuestra memoria; me contuve porque mis hermanos no debían verme triste. Tenían cinco y siete años.
Nuestro viaje iniciático había comenzado. Los 126 kilómetros que nos separaban de Zamora nos separarían también de nuestra vida anterior que definitivamente se había roto.
En Mombuey hicimos la primera parada. En un edificio bonito y acogedor, con jardines en la entrada, nos habían preparado una comida rica y calentita que nos reconfortó y alivió de la tensión vivida esa mañana y los terribles días anteriores. ¡Gracias!, a quienes organizaron, aportaron, y trabajaron para ofrecernos esa primera comida fuera de casa. Siempre los recordamos con gratitud y cariño. Después reanudamos nuestro viaje un poco más alegres.
Llegamos a Zamora cuando comenzaba a oscurecer. Nuestro destino era la Granja-Escuela de la Sección Femenina en el barrio de San Lázaro. Allí nos quedamos las niñas mayores de nueve años. Las pequeñas y los niños siguieron hacia el Colegio del Tránsito, en el palacio de los Condes de Alba y Aliste, hoy Parador de Turismo, donde ya había más niños del pueblo evacuados antes, entre ellos nuestra otra hermana mayor. Era la segunda separación del día. Sentí pena al dejar a mis hermanos pero sabía que en el colegio se encontrarían los tres.
Ante nosotras estaba el que iba a ser nuestro hogar durante unos meses, y allí en la explanada de la puerta, nos esperaban quienes serían nuestras cuidadoras, protectoras y maestras. Tenían un proyecto solidario de valor incalculable: debían hacer que estas niñas superaran el trauma y se agarraran con fuerza a la vida nueva que habían de emprender, que sus ojos horrorizados volvieran a brillar y no se quedaran atrapados en el horror.
Con su sonrisa y su prestancia nos dieron la bienvenida. Con ellas nos recibieron también el presidente de la Diputación provincial, el delegado de Auxilio Social y otras personalidades. Luego comenzaron su tarea. Prepararon el baño, con alcohol hicieron una fogata para que estuviera más confortable. Cortaron y arreglaron el pelo a las niñas que lo necesitaban, nos dieron ropa nueva donada por los comerciantes y buenas gentes de Zamora, y pasamos al comedor donde compartimos una cena estupenda. Luego nos enseñaron el dormitorio y nos asignaron las camas. Nos gustó que fueran literas. Yo la compartiría con mi amiga Luti.
Aquella noche no podía dormir. Eran demasiadas vivencias de una intensidad al límite en muy pocos días, las imágenes de la tragedia se agolpaban en nuestra mente mezcladas con las despedidas, el viaje, la pena, las víctimas, la incertidumbre €y todo con esa vaga esperanza de que fuera una pesadilla de la que pudiera despertar en cualquier momento. Al día siguiente Luti y yo decidimos hacer algo por las víctimas y concluimos que lo único posible era rezar por su alma. Así que cada noche rezábamos el rosario por una familia desaparecida comenzando por la de Pilar y Pedro y sus tres hijos en el extremo norte del pueblo y por riguroso orden seguiríamos hasta terminar en el otro lado. Hablábamos mucho de las víctimas sobre todo de los niños para quienes teníamos siempre un recuerdo especial.
Allí vivimos felices sin olvidar nunca la causa. En unos días las hermanas y amigas que habían sido acogidas en el Tránsito se unieron a nosotras. Por la mañana dos maestras nos daban clase de las distintas materias escolares, por la tarde se turnaban otras señoritas para distintas actividades más lúdicas. Hay que destacar que esto lo hacían en su tiempo libre y desinteresadamente. Los domingos nos llevaban a misa a San Lázaro, al cine, a pasear y a visitar a nuestros hermanos pequeños. Se esforzaban para cumplir con creces su objetivo. Recibimos muchas visitas de personas importantes y regalos de donantes anónimos zamoranos.
Un bálsamo para las heridas abiertas
Uno de los momentos más agradables del día era la llegada del Auto-Res, porque en él venían nuestros padres; casi todos los días venía alguno y nos traían noticias y el recuerdo de todos. Nos comunicaban cómo iban los trabajos de limpieza, que los buzos se habían ido ya, que el puente de los militares había quedado muy bonito, que estaban haciendo unos barracones para los que habían perdido la casa, quién se había ido o quién había vuelto. Todo lo escuchábamos con mucha atención e interés.
El día 1 de febrero asistimos a la corrida de toros benéfica a favor de Ribadelago. Los toreros Antonio Ordóñez, Bienvenida, Manuel Vázquez, y Ángel Peralta lo dieron todo por nosotros y el público de toda la provincia se volcó. Los supervivientes tuvieron un lugar especial, así que pudimos verla con nuestros padres. Otra experiencia estupenda de aquel viaje iniciático fue la Semana Santa. Cada día caminábamos hasta la Plaza Mayor, siempre acompañadas por dos señoritas y desde los balcones del lado norte, lugar privilegiado, veíamos las procesiones espectaculares y solemnes con recogimiento y asombro de tanta belleza.
Poco después se nos anunció que el día 30 de abril volveríamos a casa. Aquella etapa corta de nuestra vida que a modo de puente nos había trasladado a la otra orilla, había concluido.
Los días previos al viaje estuvimos nerviosas y expectantes; muchas preguntas tendrían que ir encontrando respuestas. ¿Qué pasaría a partir de ahora? ¿Cómo estaría todo? ¿Volvería a abrirse la escuela? ¿Cómo sería nuestra nueva vida?
Dijimos adiós a Zamora, que como una cariñosa matrona nos había acogido en su regazo, adiós a La Granja-Escuela donde se nos había querido y regalado y donde quizá sin saber la profundidad y la repercusión, se nos había abierto la puerta al mundo a través de este viaje y se nos había rescatado de un pozo donde hubiéramos podido quedar atrapadas para siempre.
Enseguida comprobamos que Ribadelago ya era otro lugar ¡Dios, cuánta desolación! Con el lugar habían cambiado las personas y la vida. Todo el mundo vestía de luto, nadie reía, en cualquier momento te podías encontrar con una madre, un hijo, un marido, un hermano llorando por sus seres queridos. Ya no se reunía nadie en la Peña Puente para esperar el ganado, casi todo se había ahogado y tampoco estaba allí el puente. Mucha gente estaba fuera y otros se iban marchando, ya no se oía cantar, nunca había baile, ya no se celebraba ninguna fiesta, la iglesia ya no se reconstruiría, ahora era un barracón de madera en otro sitio. Seguía habiendo montones de piedras donde antes había tierras o casas, pero se podía andar por el pueblo, más limpio que antes del viaje. Los mayores estaban contentos de que los niños hubieran vuelto, pondrían vida y sonido a tanto silencio. En pocos días se abrió la escuela ya limpia y restaurada, pero faltaban muchos escolares que ya no vendrían, nunca. Tendríamos que acostumbrarnos. Poco a poco volveríamos a jugar y a reír.
Han pasado 55 años, demasiado tiempo para dar las gracias; muchas de aquellas personas ya no están. Les pedimos perdón por no haberlo expresado antes, en nuestro corazón y nuestra mente han permanecido siempre, pero estábamos mudos y amordazados, han tenido que pasar todos estos años para mirar cara a cara aquella terrible injusticia. A las que todavía nos acompañan queremos enviarle hoy un enorme abrazo y nuestro más profundo agradecimiento. Ojalá todos puedan saber que aquellos niños del 59 los quieren y los recuerdan con inmenso cariño.
A las instituciones que dirigieron y organizaron nuestro viaje, a Mari Cari, profesora de La Granja y a todas sus compañeras, a todas las Hermanas de la Caridad especialmente a Sor Rosa que consolaba a mi hermano, a las hermanas de la Casa Cuna ubicada entonces en la calle Riego, que se desvivían por atender a los bebés, a Jesús y otros chicos del internado que ofrecieron enseguida su amistad y su ayuda a los niños de Ribadelago y ha hecho cuanto ha podido para que no se olvide aquel viaje, a todos cuantos donaron ropa, alimentos, juguetes, libros y útiles para nuestra atención en estos centros, a cuantos nos visitaron, a quienes nos facilitaron las entradas de cine, a quienes nos prestaron el sitio privilegiado para ver las procesiones, a los toreros, organizadores y colaboradores de la corrida benéfica, a todas las personas que nos trataron con tanto afecto y amabilidad en aquellos meses tan decisivos ¡Gracias!, Mil Gracias por haber puesto el Bálsamo en las heridas abiertas, por habernos acompañado en nuestro viaje, por habernos llevado hacia la luz y habernos colocado en la posición de salida para ser capaces de impulsar con nuestra fuerza la supervivencia y la aceptación de ese cambio que debíamos protagonizar todos los supervivientes.
Gracias Maria Jesús por traer aquí tus recuerdos, cuantas veces pensé en como se sentirian las personas que sufrieron esta catástrofe en su propia piel. Para toda la comarca fue dificil superar esto, pero nada, comparado con el sufrimiento del pueblo de Ribadelago.
ResponderEliminarUn abrazo de una sabresa.